La Nucía, 25 de enero de 2009.
Nunca me ha gustado la lluvia; no es que la odie, porque sé que es necesaria, pero siempre he dicho que debería llover por la noche, cuando todos estamos durmiendo y no molesta… hasta hoy.
Llevaba aproximadamente 30 horas pendiente de la televisión, haciendo llamadas para ver si mis conocidos estaban bien, llamando a mi madre a Málaga para irle informando de la situación, mirando al cielo completamente descubierto de nubes pero cubierto de humo. Ayer a mediodía pasé por el bungalow de mis padres a recoger a mi padre y a Lunita para que se viniesen a casa a comer, pues la policía había estado por allí aconsejando que se fueran debido al humo tóxico que venía de la zona del Copet. Yo misma respiré por unos minutos aquel viento enfurecido tan cargado que me obligaba a no dejar de toser. Miré al cielo mientras entraba en mi coche y observé como un humo gris-anaranjado cubría el sol hasta no dejar ver ni uno de sus rayos; sentí mucho miedo. Salimos justo en el momento en el que estaban cerrando la entrada a la urbanización.
En casa se había ido la luz desde por la mañana; estuvimos toda la tarde expectantes, mirando continuamente por la ventana para ver si ya no había columnas de humo o había parado el terrible viento. Cuando vimos que los golpes de humo eran cada vez más distantes, decidimos volver al bungalow para ver si ya dejaban pasar. Ya no estaban ni la policía ni las ambulancias y pudimos entrar sin problemas. El aire seguía cargado, pero no tanto como por la mañana, aunque seguía teniendo la misma fuerza. Estuvimos viendo la televisión y luego me fui a Benidorm un rato. La carretera ya no estaba cortada, pero los desvíos a las urbanizaciones sí. Por el camino, impresionaba ver los carteles retorcidos, los árboles arrancados de cuajo y el camión de bomberos atacando con la manguera desde la carretera hacia el barranco cercano a la casa que, mucho tiempo atrás, había sido de peones camineros y ahora la han dejado como adorno en la rotonda.
Al volver a La Nucía, una vez había anochecido, el corazón se me encogió al ver aquella imagen: La montaña que tantas veces había contemplado, aquella de la que hice un dibujo con toda mi ilusión para el concurso que pretendía ganar y así lo estampasen en las camisetas de mi colegio (que se llamaba como ella) estaba partida en dos por una impresionante línea vertical de fuego. A sus pies, más llamas formaban una línea discontinua horizontal. Volví a sentir miedo y pensé en quedarme a dormir en el bungalow para que, en el caso de que hubiera noticias, tenerlas de primera mano. Me dormí con la incertidumbre de si vendrían a despertarnos a media noche para que saliésemos corriendo.
Abrí los ojos a las 9:00 y lo primero que escucharon mis oídos fue el sonido de los helicópteros y los hidroaviones. Sentí alivio, al menos el fuerte viento había amainado y hoy sí podían atacar desde el cielo, que seguía despejado de nubes. Subí a casa. El pueblo estaba lleno de vehículos especiales y personas (profesionales y voluntarios) que, por sus caras, habían estado trabajando toda la noche, aunque no habían perdido el buen humor (seguramente porque se sentían satisfechos por el trabajo que estaban realizando). Sentí ganas de darle las gracias a todos y cada uno de ellos. En casa ya teníamos luz, así que había que ponerse a limpiar, cocinar y, más tarde, comer. Tras nuestra merecida siesta, he levantado la persiana y he observado sorprendida el paisaje: Como si de un milagro de la naturaleza se tratara, el cielo, que hacía un ratito estaba despejado, ahora está totalmente cubierto de una densa y enorme nube que llora desconsoladamente las lágrimas que yo tenía contenidas desde hacía tantas horas. ¡¡¡Biennnnn!!! Siento más alivio aún. Me he alegrado por todos aquellos que están repartidos por la montaña trabajando sin descanso, los imagino sonriendo como lo estoy haciendo yo. Por una vez en mi vida, soy feliz porque está lloviendo.
Nunca me ha gustado la lluvia; no es que la odie, porque sé que es necesaria, pero siempre he dicho que debería llover por la noche, cuando todos estamos durmiendo y no molesta… hasta hoy.
Llevaba aproximadamente 30 horas pendiente de la televisión, haciendo llamadas para ver si mis conocidos estaban bien, llamando a mi madre a Málaga para irle informando de la situación, mirando al cielo completamente descubierto de nubes pero cubierto de humo. Ayer a mediodía pasé por el bungalow de mis padres a recoger a mi padre y a Lunita para que se viniesen a casa a comer, pues la policía había estado por allí aconsejando que se fueran debido al humo tóxico que venía de la zona del Copet. Yo misma respiré por unos minutos aquel viento enfurecido tan cargado que me obligaba a no dejar de toser. Miré al cielo mientras entraba en mi coche y observé como un humo gris-anaranjado cubría el sol hasta no dejar ver ni uno de sus rayos; sentí mucho miedo. Salimos justo en el momento en el que estaban cerrando la entrada a la urbanización.
En casa se había ido la luz desde por la mañana; estuvimos toda la tarde expectantes, mirando continuamente por la ventana para ver si ya no había columnas de humo o había parado el terrible viento. Cuando vimos que los golpes de humo eran cada vez más distantes, decidimos volver al bungalow para ver si ya dejaban pasar. Ya no estaban ni la policía ni las ambulancias y pudimos entrar sin problemas. El aire seguía cargado, pero no tanto como por la mañana, aunque seguía teniendo la misma fuerza. Estuvimos viendo la televisión y luego me fui a Benidorm un rato. La carretera ya no estaba cortada, pero los desvíos a las urbanizaciones sí. Por el camino, impresionaba ver los carteles retorcidos, los árboles arrancados de cuajo y el camión de bomberos atacando con la manguera desde la carretera hacia el barranco cercano a la casa que, mucho tiempo atrás, había sido de peones camineros y ahora la han dejado como adorno en la rotonda.
Al volver a La Nucía, una vez había anochecido, el corazón se me encogió al ver aquella imagen: La montaña que tantas veces había contemplado, aquella de la que hice un dibujo con toda mi ilusión para el concurso que pretendía ganar y así lo estampasen en las camisetas de mi colegio (que se llamaba como ella) estaba partida en dos por una impresionante línea vertical de fuego. A sus pies, más llamas formaban una línea discontinua horizontal. Volví a sentir miedo y pensé en quedarme a dormir en el bungalow para que, en el caso de que hubiera noticias, tenerlas de primera mano. Me dormí con la incertidumbre de si vendrían a despertarnos a media noche para que saliésemos corriendo.
Abrí los ojos a las 9:00 y lo primero que escucharon mis oídos fue el sonido de los helicópteros y los hidroaviones. Sentí alivio, al menos el fuerte viento había amainado y hoy sí podían atacar desde el cielo, que seguía despejado de nubes. Subí a casa. El pueblo estaba lleno de vehículos especiales y personas (profesionales y voluntarios) que, por sus caras, habían estado trabajando toda la noche, aunque no habían perdido el buen humor (seguramente porque se sentían satisfechos por el trabajo que estaban realizando). Sentí ganas de darle las gracias a todos y cada uno de ellos. En casa ya teníamos luz, así que había que ponerse a limpiar, cocinar y, más tarde, comer. Tras nuestra merecida siesta, he levantado la persiana y he observado sorprendida el paisaje: Como si de un milagro de la naturaleza se tratara, el cielo, que hacía un ratito estaba despejado, ahora está totalmente cubierto de una densa y enorme nube que llora desconsoladamente las lágrimas que yo tenía contenidas desde hacía tantas horas. ¡¡¡Biennnnn!!! Siento más alivio aún. Me he alegrado por todos aquellos que están repartidos por la montaña trabajando sin descanso, los imagino sonriendo como lo estoy haciendo yo. Por una vez en mi vida, soy feliz porque está lloviendo.